lunes, 9 de mayo de 2011

Siempre quise una mascota llamada effie


La primera vez que la vi fue una madrugada de domingo en las jardineras de los arcos, oliendo las plantas y pensando que no pasaba nada, que no la habían echado a la calle y que no se había quedado sin familia.
Pensé que era macho, Hay un no sé qué que qué sé yo que de entrada, todos los perros son perros, todos los gatos gatos, todos los conejos conejos; Se requiere de una presentación más formal para otorgarles otro género.

También pensé que era hora de dejar de querer siempre otra mascota, porque siempre salía con el corazón hecho jerga y el perro atropellado o el gato con cancer/anemía/hepatitis/hipotermia sacrificado o de plano el otro gato perdido y tantas historias trágicas que me pasan con mis animales.
Pero le hablé, como siempre lo hago. medio me hizo caso, crucé la calle y ella seguía ahí, atrás de mí, con la misma mirada, pero más ingenua.
La llevé a mi casa. Olía rico, y estaba como loca, brincaba por todos lados, lengüeteaba lo que se dejara, y se tomaba el agua de la pecera. Viviendo en una casa en reconstrucción, donde además hay sobrepoblación de mascotas, pensé que era uno de esos errores que lamentaría durante muchos años.

Pocas veces he estado tan equivocado en la vida.

Es prógnata, chaparra -creo que es un perro bonzai, por crecer en algún condominio- patiflaca y de cola hiperactiva. El pedigree lo desconozco, pero sueño con que es beagle cruzado con perro usado en experimentos radioactivos y con superpoderes. He decidido que más que color chocolate, es un color chocorrol. Y lo más interesante de todo: es más inteligente que el 80% de la gente que conozco. Cuando hicimos un recuento de su vocabulario -esto es, las palabras que entiende- nos rendimos por ahí de la 30 (ya sabe 25 más que Laisa, la otra perra). Abre puertas, distingue el lado derecho del izquierdo -cosa que yo no- y de vez en cuando es hasta psíquica.
Le puse Effie, que, como dijera Les Luthiers, en dialecto swahili quiere decir vestida de café, y en cristiano es un nombre sacado de un programa inglés de adolescentes. Sospecho que le caga, y que hubiera preferido llamarse Nina o Aretha o Amelia, pero lo soporta con gracia.

Mi mamá, cuando Effie llegó a vivir acá, le explicó que no la querría en su casa, sino más bien le conseguiría una nueva, pero la perra decidió de inmediato que la amaba.
Se dedica a a clavar en mis gatas, gélidas miradas cargadas de la sabiduría de Paulina Rubio en las lineas inmortales de Ese Hombre es Mío, puros celos.

Después de concienzudas meditaciones he llegado a la conclusión de que la única explicación razonable para la existencia de tan sabio cuadrúpedo, es que es un alma vieja. Viene reencarnando desde los egipcios, donde se le conoció como emperatriz Effiatra; Pasó por Roma, como Effiegula; Por las estepas mongolas como Gengis Effie; Por Rusia como Effie Kanirina. Fue parte del clan Kannedy. Y ahora nos llega en su forma más pura y peluda, preparada para dominar al mundo. Espera su momento mientras practica su telepatía, enviándome constante su mantra sobre la supremacía Kanina: 4 patas son más que 2... 4 patas son más que 2...

Tiene unos cuantos meses, y vivo en el temor de cuando parta a su siguiente encarnación. No hay un protocolo para llorar a un perro. No hay un luto, ni un rito de pasaje que no sea, inevitablemente, ridículo. Y sin embargo, pocos dolores debe de haber como perder a la única compañera que nunca pregunta por qué, siempre se alegra de verte, y se queda contigo desde el momento en que la recoges para que no la atropellen, hasta la visita al veterinario en la que tendrás que ponerla a dormir para no despertarla jamás.

Pero, en tanto, Effie es indudablemente lo mejor que he encontrado en mi vida.

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