miércoles, 30 de enero de 2013

Fugitivo de mi propio ser

Tengo que reconocer que escribo aquí, sobre todo, cuando me estoy haciendo idiota para no afrontar lo que tengo que afrontar, para no entender lo que tengo que entenderme. Cuando veo mi lista de pendientes (que bien podría estar en una app del smartphone, o en el reverso de un ticket del oxxo) y no puedo poner una palabra más de lo que en este caso debo arreglar en la escuela, sobre todo porque -también tengo que reconocerlo- no estoy muy seguro de cómo me siento cada que llego a la escuela y me pongo de amigo con estos personajes que me acompañan, pero realmente puedo contar con ellos sólo si se les da la gana. Me dan miedo. El caso es que estoy escribiendo esto, símbolo de lo mal que van las cosas por acá, con la vida y su alto Calibre, esa bitch a quien ya entenderé más tarde. Y me voy a centrar en la desdichada historia de un par de semanas del carajo, que empiezan conmigo atascándome de cosas que no debería (de entrada porque son cosas que no deberían ni venderse, en teoría). Sí, sí, sí, ¡¡¡caraaaaaajooooo!!! De verdad, mejor me hubiera puesto a solucionar mi mente. Este fin de semana no sólo perdí los estribos a causa de los toqueseiros. Perdí la fe en ciertas personas, la esperanza de que alguien respete los recuerdos, perdí el tiempo descaradamente cobijándome en la excusa que ofrece el saber que estás en las dos primeras semanas del semestre, las dos semanas en que puedes entrar a la clase que quieras y nadie te deja tarea... evadiendo, por supuesto, el hecho de que estás dos semanas son para evadir clases, no problemas personales. El caso es que me están llegando balas, de esas que no se pueden esquivar, se siente extrañamente culero. Como cuando lees el pronóstico del clima y te enteras que va a llover, lo sabes y cargas paraguas, pero aún así te sorprendes cuando comienzan a caer las primeras gotas; pues así, sólo que la lluvia fue de esas que desde el inicio son fortísimas y estruendosas. Mi tormenta me hizo ruido bien adentro, pero no le quise decir a nadie. No es que me cohíba, es que no puedo decir algo que no entiendo. El chiste es que no sé qué pensar, por que la escuela no va tan mal, la natación no va nada mal y el trabajo... es suficiente decir que hasta tengo un trabajo. Es la primera vez en mi vida en que hago tantas cosas en las que realmente creo, con gente en la que ya no sé si creer, porque eso de creer en la gente nunca me ha dejado nada bueno. Ese es el punto, que ya no creo en mi gente y eso es algo que apenas descubrí hoy, cuando hablando con una vieja amiga que visita el país una o dos veces al año y que por tanto no tiene nada que ver con nadie en esta ciudad donde todos se conocen entre todos. Hablar con alguien que no conoce a nadie de por aquí me dio la oportunidad de contar todo libremente y darme cuenta que mi vida está echa un desastre funcional y que ya hace mucho que me siento sólo, a la defensiva y pendejo cuando estoy con quienes me debería sentir contento. Sobre todo me siento pendejo, sobre todo porque sigo sin saber a quien confiarme, sobre todo porque sigo siendo un desastre de persona que proyecta sus defectos a la hora de hacer migas, sobre todo porque sigo evadiendo mis problemas, sobre todo porque quiero resolverlo todo sentándome a escribir a las dos de la mañana...

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